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Si buscas la palabra UNDERWOOD en Google Imágenes, aparece la cantante Carrie diecisiete veces antes que la máquina de escribir del mismo apellido.

Veredicto: la última máquina de escribir

Publicado: 2011-04-27

Ayer que murió el querido escritor Carlos Eduardo Zavaleta, murió también la máquina de escribir. Por casa pasaron varias Underwood y Remington. Mamá era secretaria y vicepresidente de la Asociación de Secretarias del Perú; papá, profesor de inglés en el ICPNA y la Escuela Naval. Aunque usarlas era un rito de paciencia y talento; un baile de las manos, ellos  nunca se quejaron de que fueran lentas: no había con qué compararlas. En su simpleza funcional radicaba el poder de su encanto. Crecí con su sonido, me era familiar e ireemplazable, como las lentejas que comíamos los lunes, "para la buena suerte". Con el paso de los años, papá nos compró a mi hermana y a mí una máquina de escribir eléctrica, usada pero en buen estado, en la tienda de "miniyayas" de Yompián: te permitía corregir porque antes de la magia de "grabar" te mostraba cada letra en una pequeña pantalla. Mientras mis amigas del colegio estrenaban computadoras, yo seguía añorando las "viejas" máquinas de escribir de las que mis padres se deshicieron sin advertir mi nostalgia y, menos aún, la de ellos (nunca hay que subestimar las esporádicas nostalgias de los más jóvenes: son las viejas cosas las que dan sentido a las vidas nuevas). Yo odiaba las clases de computación, me jalaron varias veces porque me negaba a encender la computadora; hacía apenas un par de años había llevado cursos de taquigrafía. Yo atesoraba ese lenguaje críptico porque era también el lenguaje de mamá. La admiraba por su eficiencia, por su velocidad. Mamá era una máquina de escribir desbocada y noble; sus jefes eran buenos en parte porque contaban con ella, con su lealtad. Así como al miedo se le enfrenta para revertirlo, a la nostalgia, también. Me compré dos máquinas de escribir que todavía funcionan con tinta imaginaria. Las adquirí muy barato, cuando eran desechadas por obsoletas, por ocupar mucho espacio, por pesadas, por su sonido que se convirtió en ruido y para algunos en lamento; porque solo las viejas almas que se aferran al pasado y no al presente continuo pretendían conservarlas. Qué orgullosa me siento de poseerlas. Las quiero como a mis monedas de Pompeya, apasionadamente. Mis amigos las observan sin curiosidad en la mirada, sin comprender del todo el enigma de su pasado, su capacidad de sobrevivencia. Su historia vigente.  Las personas somos como museos con exposiciones permanentes: coleccionamos bellas abstracciones que a pocos sirven. Pienso en Clarice Lispector, una de mis escritoras favoritas, precursora del uso de la lap top, pues escribía con una Olivetti sobre la falda, mientras cuidaba a sus dos hijos. ¿Qué palabra usaría ella ahora para este veredicto? Supongo que saudade.

Mi lap top: la disfracé de Olivetti, pero es como el zoológico aquel que pintó a un asno como cebra.

Los diarios lo informaron así: "En los alrededores de las oficinas gubernamentales indias todavía se escucha el característico repiqueteo de las máquinas de escribir. Es una frenética banda sonora que se repite en todas las ciudades del subcontinente. Los 'músicos' callejeros buscan un hueco bajo improvisadas tejavanas y, sentados sobre cajas de fruta, rellenan con sus notas monocordes todo tipo de documentos y escriben currículos o cartas al dictado de sus clientes, a menudo analfabetos. Sus instrumentos son vetustas máquinas en las que hay que apretar las teclas a fondo para que se marque bien cada letra, y que perfectamente podrían exponerse en un museo.

Las máquinas de escribir todavía dan servicio a la población más desfavorecida en los países en vías de desarrollo. Incluso en los despachos de los burócratas siguen dándole a la tecla sin pantalla alguna frente a sus ojos. Porque la globalización es sólo para unos pocos. A partir de ahora, todos ellos tendrán que mimarlas al máximo: ayer cerró en Bombay 'Godrej and Boyce', que según el diario 'India's Business Standard' es la última empresa que las fabricaba.

Era una muerte anunciada. Incluso en el Tercer Mundo, la máquina de escribir estaba siendo apartada del mercado por ordenadores cada vez más asequibles. Ha querido la casualidad que haya sido India, un país que lidera la revolución del software y de los portátiles económicos, el país en el que ha fallecido este invento de 1870 que cambió para siempre la forma que tenemos de escribir. El teclado QWERTY al que dio vida se sigue utilizando y goza de buena salud gracias a las tabletas y otros dispositivos móviles que lo han adoptado, aunque en muchos sólo se pueden apretar teclas virtuales. Eso sí, los nostálgicos pueden hacer que su forma y su sonido se asemejen a los de la difunta máquina mecánica.

La compañía Godrej and Boyce comenzó a fabricarlas en 1950, cuando el primer ministro Jawaharlal Nehru las consideró «un símbolo de la independencia de India». Hacia finales del siglo XX vivió su época dorada, con 150.000 unidades producidas al año. Pero su demanda ha ido cayendo. «A partir de 2000 los ordenadores comenzaron a dominar el mercado», reconoce Milind Dukle, jefe de operaciones de la empresa. «Todos, menos nosotros, fueron cerrando. Hasta 2009 producíamos una media de 12.000 unidades». El año pasado fueron sólo 800 y, ahora apenas les quedan 500 en stock. Sin embargo, el mercado de segunda mano sigue bullendo, y se pueden encontrar antigüedades de la marca desde 6 euros.

Los responsables de la última fábrica de estas máquinas -algunas fuentes puntualizaban ayer que todavía se siguen produciendo en otras partes del mundo- avisan de que quienes quieran adquirir uno de los últimos modelos tendrán que comprarlos en persona, nada de tiendas online. Y el museo en el que se expondrán todos sus modelos tampoco estará en el ciberespacio".


Escrito por

Katya Adaui

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Publicado en

Casa de estrafalario

Escribo para descubrir, para ser feliz, para viajar, para volar. @kadaui