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Con Bryce Echenique en el aeropuerto. Una crónica de Iván Thays para el Hay Festival Xalapa

Publicado: 2011-10-07

Iván Thays es uno de los blogueros oficiales del Hay Festival en Xalapa, México. Desde un blog paralelo a su Moleskine Literario narra cómo los escritores respondieron fríamente al Nobel de Literatura anunciado ayer para el poeta sueco Tomas Tranströmer, de cuán "aburrido" se ha vuelto Santiago Roncagliolo puesto que ha cambiado las infusiones por los vinos; y de cuánto le costó a Alfredo Bryce Echenique poder llegar al festival por un absurdo problema con Aeroméxico.

Esta es la crónica escrita por Iván acerca de cómo Bryce Echenique casi se queda varado en el aeropuerto del DF hasta que, por milagro, consiguieron embarcarse hacia Veracruz.

Pueden seguir este importante encuentro literario en: http://hayfestivalxalapa.tumblr.com/

Con Bryce Echenique en el Aeropuerto

Alfredo Bryce Echenique en al Aeropuerto del DF

He leído hace poco, por cuarta vez, Un mundo para Julius de Alfredo Bryce Echenique, aprovechando la celebración de los 40 años de su publicación. Lo he leído junto a los dos grupos de Lecturas Dirigidas que llevo en mi casa. Esta vez mi lectura ha sido diferente. Entusiasmado con el estudio del Tarot en el que estoy inmerso, la novela de Bryce me ha parecido alegórica más que ideológica. La búsqueda del Arcano 21, El Mundo, y la fatalidad de un héroe que podría ser El Conciliador, encarnado por un pobre niño de orejas grandes. Durante la clase, mis alumnas y alumnos me miraban incrédulo: ¿lo habrá pensado así Bryce? ¿Sabrá Bryce algo sobre el Tarot? ¿Estará de acuerdo con que su novela es una Divina Comedia pero al revés, un descenso desde el Paraíso (y su “Palacio Original¨) hasta el Infierno? 

Nada de esto podía ser conversado en la sala de espera de equipaje del DF, rumbo a Veracruz. Los dos estábamos visiblemente agotados (léase apaleados) por lo que he dado en llamar “la temible aviación comercial”. Y pocas veces más temible que ahora. Encontré a Alfredo Bryce Echenique esperando su maleta como un antiguo retrato del viajero europeo (más afin al tren que a los aviones): un elegante carry-on color verde británico y una gabardina Burberry, mientras mira con melancolía la banda elástica que debía devolvernos las maletas. Pero lo que debió ser solo un trámite llevaba ya más de una hora (el avión venía de Perú, los perros olfateaban, había desorden) y las maletas no salían. El problema es que a Alfredo le habían dado un itinerario electrónico imposible (el avión llegaba al DF a las 7:00 pm y su conexión a Veracruz salía 7:15 pm) y debía hacer el trámite de sacar un bording pass en el vuelo siguiente, a las 21:50, en Aeroméxico. Al fin expulsaron nuestras maletas (a Alfredo le salió luz roja, así que debió abrir las suyas y dejarlas revisar) y corrimos casi con la hora hacia el mostrador de Aeroméxico para simplemente sacar el boarding pass y embarcarnos a tiempo. Cuestión de un minuto. Pero treinta minutos más tarde, observaba a Bryce hacerme una seña con el dedo: cuello degollado. No podía ser nada bueno. 

Y no lo era. Me acerqué hacia él y supe que le habían dicho que el vuelo 587 hacia Veracruz estaba lleno. Y que no había ningún vuelo más. Y que no podían prometerle ponerlo en ningún otro vuelo al día siguiente. Es decir, varado en el DF y con la maleta embarcada hacia el aeropuerto de Veracruz. Mientras Alfredo y yo hacíamos notar nuestra incredulidad en voz alta (pero siempre entre nosotros, con diplomacia, como para no molestar… peruanos nomás, pues, porque si hubiéramos sido argentinos -como Martín Caparrós, que viajaba en ese vuelo también- nos comíamos a putadas a todos los de Aeroméxico), el operador de la compañía, que supuestamente buscaba solucionar el problema, tecleaba en su computadora incansablemente, sin levantar la cara, sin decir nada, sin ninguna explicación, mostrándonos solo la coronilla cada vez más pelada. Y me refiero a nada. Nada de “qué pena señor” o “estamos haciendo lo posible”, ni siquiera un telefonazo de esos incomprensibles llenos de códigos a un supuesto gerente o investidura. Nada. Solo tecleaba y tecleaba y tecleaba y tecleaba, mientras nosotros nos quejábamos y lamentábamos pero, eso sí, ojo, sin dirigirnos al Señor Ocupado En Las Teclas, sin preguntarle qué pasa, qué quiere, qué tanto busca, si se trata de un caos, la desesperanza, un cruce, si estaba desembarcando a alguien del avión para que suba Bryce, o quizá un código secreto para pedir una “mordida”… o simplemente nada.

¿Beckett? ¿Ionesco? ¿Kafka? Póngale ud. el clisé.

Al final, no sé cuáles fueron las palabras mágicas, pero algo sucedió. Quizá fue el aviso en el altoparlante diciendo que el vuelo 587 rumbo a Veracruz estaba a punto de despegar; quizá nuestros comentarios lastimeros sobre quejarnos a los responsables del Hay Festival o de Aeroméxico; o tal vez la frase -más resignada que molesta- de Alfredo cuando me tuve que despedir para no perder el avión: “Diles que no voy, que me regreso a Lima” de Alfredo, a lo que yo respondí con un dramático ”pero si hay centenares de estudiantes que quieren ir a oírte en Xalapa, esto no puede estar sucediendo”; o quizá fue aquel papel con el número de los responsables del Hay Festival que le pasé antes de despedirme a Alfredo para que los llamase a explicarles por qué no había llegado… en fin, algo debió suceder porque mientras apenas avancé unos pasos rumbo a la sala de embarque escuché que me llamaban. Era Alfredo, con su bording pass en la mano. El vuelo “completamente lleno” de Aeroméxico había abierto un espacio y nos fuimos, sin entender absolutamente nada, rumbo al gate 72.

El ansiado bording pass de Bryce Echenique

El resultado: llegamos a la sala antes de lo previsto. No había nadie aún. Pasaron los minutos y nadie llegaba. “Ahora solo falta que el avión esté vacío” le dije a Alfredo, mientras este se mostraba confundido entre tantos papeles, quizá aun incrédulo de que lo que parecía un desastre se hubiese arreglado en un minuto. Y lo que dije se cumplió. En el famoso vuelo cerrado habían hasta cinco espacios vacíos (me di el trabajo de contarlos), y el señor que tecleaba probablemente estaba chateando con la novia o mandando mensajes de condolencia por la muerte de Steve Jobs, quién sabe, pero de ningún modo buscando un asiento a Alfredo. Un misterio que se quedará, claro, sin resolver, pues quién sabe lo que sucede cuando uno entra en esa realidad alterna e inasible a la que llamamos, por decir algo, “aeropuerto”, y donde cualquier cosa puede ocurrir. Y ocurre siempre. 

PD: Mientras tomábamos el bus desde el aeropuerto de Veracruz a Xalapa, escuché comentar a uno de los muchachos que nos recibió la frase: “es que la señora estuvo detenida dos horas en Migraciones” referida a otra de las invitadas. No me sorprende. Y es solo el primer día. Los escritores siguen llegando y, como en todos los encuentros, las historia de aduanas, migraciones, boletos mal hechos, maletas que no llegan, aviones que no salen o se retrasan, conexiones perdidas, escritores varados y todo lo demás que puede salir mal en un aeropuerto, continuará ocurriendo impecablemente como dicta la Ley de Murphy. Todo lo que puede salir mal, saldrá peor.


Escrito por

Katya Adaui

¿Qué es lo que quiero contar? ¿Qué es lo que he aprendido?


Publicado en

Casa de estrafalario

Escribo para descubrir, para ser feliz, para viajar, para volar. @kadaui