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Alice Munro

La escritura salida de una cocina con linóleo (un texto de Macarena Urzúa)

"Para lo que sí tengo tiempo es para mirar afuera a través de la ventana".

Alice Munro

Publicado: 2014-02-11

Texto tomado de 60watts

Cuando se habla de Alice Munro se dicen unos cuantos clichés: una mujer que no publicó libros hasta los cuarenta años y proveniente de un mundo no particularmente letrado. Asimismo se habla de una cuentista, hoy Premio Nobel 2013, siempre comparada con el cuentista y dramaturgo ruso Anton Chejov; le llaman “la Chejov canadiense”. No me detendré mayormente en el siempre polémico premio, sólo decir que resulta interesante que fuera otorgado a una cuentista. Sin embargo, más que para la misma Munro, el premio es relevante para las mujeres, y con esto no me refiero a las escritoras de género femenino, sino más bien a las historias silenciosas, a esas miles que quedan sin escribir, que desaparecen entre otros miles de relatos; el libro, la palabra escrita, siendo relegada a la oralidad. 

Introducirse en el mundo de Munro, a través de la lectura de sus cuentos, es instalarse tras una puerta a oír de refilón cualquiera de esas historias que pueden haber comentado tías, mamás o amigas; la abuela en la cocina mientras prepara té, o un grupo de trabajadoras durante o después de la jornada de trabajo. Historias de mujeres comunes, que no es lo mismo que historias comunes.

Una mujer perdona a su marido el haber matado a sus hijos por celos y lo visita en la cárcel en “Dimensiones”; otra pierde la memoria paulatinamente por el Alzheimer y llena de post it los cajones de su casa, para recordar qué hay dentro de ellos; termina en un asilo y se enamora de otro hombre, en el cuento “Ver las orejas al lobo” [1]. En otra historia, la empleada de la casa va en busca de su ex jefe para cuidarlo, creyendo que hay una promesa amorosa (ayudada por cartas falsas de las niñas de la casa), y finalmente lo consigue, como se ve en el cuento “Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio”.

Estas historias transcurren en atmósferas comunes, espacios laborales, caminos, carreteras casi deshabitadas en la zonas rurales, amplias y descampadas de Canadá; es un mundo casi premoderno el que expone Munro y, aunque sabemos que son escritos desde la contemporaneidad, estos relatos aun podrían acontecer en la Rusia de Chéjov o en algún sector rural chileno o latinoamericano. 

Sí, la comparación es aburrida solo por ser una comparación, pero si se mira de cerca lo que vemos son personas y mas aún, la extrañeza que produce el ingresar en profundidades de aquello que se acerca, y se vislumbra lo escurridizo de nombrar que atribuimos a lo humano. Aquella cercanía con los personajes que hace parecer todo extraño. Cada gesto con que Munro dibuja y da vida a su personajes, o cada frase que Munro pone en sus personajes nos genera una empatía, como el detalle de la experiencia de una mujer, empleada doméstica, que va al probador de la boutique del pueblo: “Incluso cuando era joven ella nunca habría podido considerar esa extravagancia, no solo en cuanto al dinero y las expectativas, sino en la absurda esperanza de transformación y de felicidad. Pasaron dos o tres minutos antes que alguien viniera. Tal vez tenían un hoyo para espiar y la estaban mirando, pensando que ella no era su tipo de clienta y esperando que ya se iría”. De esta manera, creo que la experiencia de lectura de estos cuentos puede ser analogable a mirar al vida de los otros por ese hoyito o “peephole”, en este caso un orificio para mirar esa vida desde otro hemisferio.

“Quiero que mis historias conmuevan a la gente”, sostiene Munro. Desde ese deseo de querer que las historias nos conmuevan, hacer que cualquier vida sea narrable, es que se construye la escritura de Alice Munro. El deseo y el dolor como el motor de estos cuentos, traslucen esa utopía de que ciertas historias te acompañarán siempre, cuando en realidad la mayoría se olvidan. Munro se construye como la voz de la tribu. Sus cuentos, como los de Chejov o Hemingway, ejercen ese efecto en el lector, y desde ahí y aquí es como instalo mi experiencia como lectora.

En la entrevista de aceptación del Nobel, Alice Munro cuenta cómo inventaba historias de camino a su escuela y que, a medida que ella iba creciendo, esas historias fueron siendo cada vez más sobre sí misma. Sí, históricamente las mujeres son las que mayoritariamente leían a otros, las que contaron las historias, los cuentos, mientras los hombres estaban afuera haciendo las cosas “importantes”, sostiene Munro con esa voz calma, como si estuviera contando otra historia, en ese particular discurso. Historias comunes de gente común, podemos decir, pero tras esa aparente simplicidad es que se encuentra la complejidad de lo humano.

La vida de Alice Munro ha transcurrido mayormente en el sur oeste de la región de Ontario, del condado de Huron en Canadá, y es el paisaje en el que las narraciones toman lugar, el espacio se hace también protagonista. En el artículo de Margaret Atwood, “Alice Munro: An Appreciation”, publicado en The Guardian (Octubre 2008), Atwood destaca el hecho de que de esa región, y en ese ambiente en particular fue una sorpresa que una escritora emergiese, un paisaje vasto, plantaciones de trigo, pueblos de dos calles, con Iglesias y oficinas de correo. 

Resulta difícil imaginarnos ese paisaje, a veces tan ajeno al nuestro, sin embargo las historias de Munro no solo dibujan parte de lo que podríamos llamar caracteres, esencias de lo humano, sino que también dibuja ambientes, paisajes, mapas afectivos por donde deambulan estas mujeres de clase media, con alguna inspiración intelectual , como en más de un cuento en donde la narradora más tarde se transformará en escritora.

Leer a la escritora canadiense, mirando a esa paisaje particular con la perspectiva que estas imágenes le imprimen al cuento, y las palabras a ese espacio, nos lleva a mirar estos cuentos con el lente de un cartógrafo. El que observa con un lente preciso, a través del cual van apareciendo ciudades industriales, obreras, campesinas, largos espacios de tierras deshabitadas, para retratar no solo aquellos lugares, sino cualquier historia que puede ser contada.

En una de sus primeros libros, la novela La vida de las mujeres (1971), se resume en gran parte lo que podríamos señalar como la poética de Munro: “Las vidas de la gente… eran insípidas y simples, increíbles e inconmensurables- profundas cuevas forradas con linóleo de cocina”.. Margaret Atwood en el artículo anteriormente citado, se detiene en esa palabra “unfathomable”, que en una de sus acepciones se traduce como “inconmensurable”, y lo hace para destacar otra característica de la obra de Munro.

Es así que en los cuentos presentes en libros como Demasiada Felicidad, (2009) y Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (2001), son los lugares donde nos asomamos a estas vidas de cocinas forradas en linóleo, quizás con olores particulares y al mismo tiempo nos acercamos a aquello inconmensurable con resonancias fantasmagóricas que, en cierta forma, encierran conversaciones, cuchicheos e historias, muchas de las cuales parecen ya escuchadas como parte de nuestra propia historia, de nuestros mapas, de nuestra provincia.

[1][1] Cuento que es posteriormente utilizado como fuente para la película protagonizada por Julie Christie, Away From Her, dirigida por Sarah Polley, 2006).


Escrito por

Katya Adaui

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Publicado en

Casa de estrafalario

Escribo para descubrir, para ser feliz, para viajar, para volar. @kadaui