Jerónimo Pimentel presenta hoy
AL NORTE DE LOS RÍOS DEL FUTURO
"Si he alzado las cortinas o no, no lo recuerdo. Los platos están donde los dejé. Todas las avenidas importantes van al mar. Ella duerme en mi cama vacía".
Texto tomado de Ejercicios de Braille.
Al norte de los ríos del futuro de Jerónimo Pimentel (Ediciones Liliputienses, 2013) es un texto de definición genérica innecesaria, puesto que acepta plenamente su hibridez formal ("Salto al silencio / en la flor / del no-género", 31) y, desde ella, se libera discursivamente del peso de la tradición poética en la que alguien podría verse tentado a incluirlo. Entregado libremente a la ausencia de esa gravedad (tal es la atracción de los paratextos), su aparato narrativo y su experimentación verbal fluyen en múltiples fragmentos, y de modo natural, entra en dialogo con diversos referentes del arte contemporáneo. El resultado es este: uno de los libros más originales que la literatura peruana, y tal vez la literatura en lengua castellana, haya escrito en los últimos años.
Dado que lo suyo no es de generación espontánea, empezaré estas glosas identificando tres referentes principales con los que creo que dialoga el texto: la ciencia ficción (sobre todo Philip K. Dick), los comics oníricos (sobre todo Moebius) y la poesía vanguardista (sobre todo Huidobro). La fuerza visual del espacio, con esos hipogrifos volando sobre planos amplios y vacíos parece extraída de los trazos del universo de Arzach; la estructura política que articula su universo ficticio, en ese orden fascistoide, postdemocrático, se alimenta de la ya considerable tradición cyberpunk anglosajona. Incluso el desdoblamiento del Yo que se fragmenta, como los hemisferios cerebrales (¡espléndida imagen!), en piezas sinápticas de afecto, sensibilidad, teorización, referentes culturales, tal desdoblamiento que se articula en modelos teóricos, principios filosóficos, simples aforismos, historiografías imaginarias, ¿no esconde, de fondo, como magma de todo ese constante intento de elucidación sobre el individuo y su ingeniera comunitaria, algo de los conflictos éticos que siempre nos plantea P. K. Dick en sus textos?
En muchos momentos, mientras leía este libro, pensé que tal polifonía debía provenir de la mente artificial de un ser mecánico semejante a Hal (la máquina de Kubrick); pero lo cierto es que se trata de una dispersión de humanoides desconcertados; vigilantes que a pesar de los siglos evolutivos que atraviesan, interrogando sus posibilidades humanas, fluyen en la fragilidad del lenguaje, única tecnología que no se controla. Eso hace que surja una complejidad polifónica interna en cada una las conciencias que colonizan el espacio, fragmentadas en busca de cierta humanidad esencial, como si la poesía fuera lo mismo que buscaba Roy Baty (en la versión de Scott, claro).
Sin embargo, la terrible revelación de este libro es que esa humanidad está siendo buscada no por máquinas, sino por seres humanos. Esta paradoja --la del hombre traicionado por un universo que se hace irracional-- queda simplificada por la famosa frase de Melville, del que el texto se apropia: "Oh Bartleby, oh humanidad" (41).
Hay mucho del descenso altazoriano en la voz poética, sobre todo en esa voz totalitaria que predomina sobre las otras ("Yo / un hombre / en vuelo sin parábola", 39): pero en el universo de Pimentel no se trata de caer hacia el interior del lenguaje ("Lo que busco no está aquí, ni en el lenguaje", 72), es decir, hacia la descomposición de la comunicación y el silencio, sino de hacerse pura interrogante, en cierto modo, pura fascinación por "el límite del borde" (75) de la experiencia poética. Es, por lo tanto, una interrogante que se ocupa de pensar el modo de componer. Y en esto es brillante, porque es ejemplar.
Que la posmodernidad, con su tendencia centrífuga tenga como objetivo destruir la autoridad no significa que deba destruir al autor. Ese es el error más vulgar de mucha de la mala literatura actual (también, y tal vez precisamente por eso, la más esperpéntica). De ahí que la voz autoral sea también autoritaria; el entrampamiento no lleva sino al escepticismo (como descubrió Borges), pero al menos es una reacción honesta que termina por hacer visible que toda novedad es solo una reformulación del pasado. Sin ese criterio (es decir, sin la conciencia de la tradición literaria, que es un magma continuo, y no un falso rizomatismo mal entendido), la dispersión se transforma en pura entropía y el discurso del no-autor en una sencilla Histeria.
Pienso que también sobre la necesidad de reparar todo eso trata este libro. Lo que además de fundamental, lo hace poderosamente necesario.