Texto tomado de la revista Faena.

Si alguna vez has leído o escuchado algo del Ulises de James Joyce sabrás que los personajes van dibujando un mapa perfecto de la ciudad de Dublín a lo largo del día que transcurre en el libro. Este mapa es tan preciso que algunos dicen que el Dublín de 1904 se podría reconstruir exactamente utilizando la novela como guía.

Joyce fue un obsesivo simbolista, y como tal, su personaje Leopoldo también lo es. A su paso va nombrado cada calle obsesivamente como si fuera una invitación a escapar la narrativa y entrar en el mapa. Así, cada capítulo es un palimpsesto de la forma de Dublín, (de sus ríos que simbolizan a Hades, del Oeste que simboliza la muerte, de las glorietas y las esquinas que cambian la técnica narrativa), y la novela entera es también la historia de Irlanda. Es por ello que dibujar el mapa del Ulises al mismo tiempo que lo leemos es imprescindible. Y esto Nabokov lo supo bien. De hecho él daba un seminario sobre la novela y dejó una sugerencia para todos aquellos que quieran enseñarlo:

“En lugar de perpetuar el pretencioso sinsentido de la lectura de capítulos homéricos, cromáticos y viscerales, los instructores deberían preparar mapas de Dublín con los itinerarios entrelazados de Boom y Stephen trazados claramente”.

No hay un libro que contenga una narrativa cartográfica tan marcada como el Ulises. Nabokov sugería que esta es la mejor manera de enseñar el libro y de entenderlo.

¿A quién no le hubiera encantado tomar ese seminario con Nabokov? Los frutos de su tiempo al frente de un salón de clases aparecen en su colección Lectures on Literature (o Curso de literatura europea, según fue traducido al español) por si quieres acercarte a lo que era estar sentado en su salón de clases. Muchos mapas del Ulises han sido trazados con el afán de entender la contigüidad espacial de a novela, pero pocos tan entrañables como el del ruso.