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fuegos en ciudad de méxico. foto: Katya adaui

Temporada de incendios

Un análisis sobre el comienzo de "Fuegos" de Marguerite Yourcenar

"Espero que este libro no sea leído jamás".

Marguerite Yourcenar

Publicado: 2014-10-28

Temporada de incendios

De todos los factores que encienden los FUEGOS de Marguerite Yourcenar, la autora elige la reacción en cadena con este inicio: “Espero que este libro no sea leído jamás”. Invitados a contemplar, impasibles, la llamarada primera, sostenemos los lectores la mecha, azuzamos el incendio intentando aprehender lo que trasluce el humo, la escritura viva de una promesa a incumplirse. Yourcenar hace una negación que afirma, una afirmación que niega: esta larga carta que está escribiéndose a sí misma es libro en tanto será compartida. Advertencia o broma seria, este mínimo fragmento es energía de activación. Los lectores –nos gritan– seremos también consumidos por el fuego de la fatalidad inevitable, del vértigo pulsional de la vida. El presente subjuntivo, el uso de la doble negación, revelan dos iluminaciones de una misma oscuridad: la autoafirmación de una vocación narrativa; la íntima, impostergable, experiencia del luto. Como al velorio no asisten solo el muerto ni el que lo llora, también testigos, este deseo nace extinguiéndose. 

Luego vendrán los mitos como narrados por primera vez, significantes imperceptibles y devastadores aproximándose a una sabiduría personal, universal: el amor reconstruye (a partir de lo que ya existía) y deconstruye (a partir de lo nuevo); dios que salva y mata; misterio bienvenido, desprecio celebrado. Renovación, al fin. 

Volvamos a la primera frase. 

Parecería haber sido escrita al comienzo de todo como un ancla lanzada sin brújula a un lecho marino y salvaje: desde aquí se narra la aventura, con la ebria angustia de quien comprende que está muriendo o del que teme tanto a la muerte que mira el eclipse a los ojos, con excepcional atrevimiento. O también pudo haber sido insertada al final, durante el proceso de reescritura... La autora edita sintaxis más no contenidos, tacha, permite, respondiéndose: algo aprenderé –no será ahora mientras sucede–, alguien tiene que peligrar la esperanza –toda espera es algo delatándose–, regresa al inicio, reconoce el objeto libro, su valor, la autonomía que deberá dejar partir: fuego cohabitando un mundo femenino, marítimo, donde el agua no apaga sino refuta. Agua que bordea y alimenta el fuego oxigenándolo, que continúa incendiando el espacio inundado. 

Todo comienzo es una premisa, una dirección de la lectura, un seductor precipicio; hojarasca y tronco. No hay construcción intacta, dice Yourcenar. Todo podría ser artificio excepto el dolor. El dolor nos emparenta, nos divide, sin dejar nunca de quemarnos hasta la efímera ceniza; amor, soledad: aunque les huyamos creyendo habernos escapado, pensándonos los únicos seres resistiendo deseos deseados, cómo chisporrotean, cuánto movimiento les insiste (brasas en una hoguera a la que arrojamos sal/ sal que arde curando boqueras). 

¿Y qué sucede si unimos el título a esa primera línea-advertencia?, así: “Fuegos. Espero que este libro no sea leído jamás”, imaginamos como interlocutor a esa llamarada sólida, cegadora, irregular, visible desde lejanas distancias, transparente como el corazón de las medusas. Perpetua. Irresistible. Una oleada.Esa oración se encadena a la siguiente: “Fuegos. Espero que este libro no sea leído jamás. Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad”, le habla allí a otro fuego al que añorar perpetuo, el lector, esa incandescencia llena de elipsis. 

Recuerdo esta frase escuchada en la infancia: “En un principio era el fuego”. Y esta otra, de tenor moralista: “Cuánto más te acerques a la hoguera, distinguirás más la luz. Cuánto más te alejes de ella, más te adentrarás en la oscuridad”. En una pizarra alguien ilustraba los leños en punta: Niños, entiendan, les servirá para la vida. Podían pasar semanas sin que nadie los borrase, gracia del plumón equivocado. La madera quedaba indeleble el lapso suficiente. 

¿Cuántos son necesarios para sofocar un fuego? Todos. Siempre es temporada de incendios. 

La infancia, lo sabemos, es una trampa. 

La única religión: la experiencia. 

Una honesta trampa es también el comienzo elegido por Yourcenar. 

Acercarnos a su fuego todo lo oscurece iluminándolo. 

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Por Katya Adaui.




Escrito por

Katya Adaui

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Publicado en

Casa de estrafalario

Escribo para descubrir, para ser feliz, para viajar, para volar. @kadaui